“Estoy caliente”, “Qué calentura”, “Sos una calentona” (o “un calentón”), “Cómo me calentás”, “Estás hecha un fuego”… Es común escuchar expresiones como éstas que asocian lo erótico a las altas temperaturas. Ya los antiguos griegos lo hacían: de hecho ponían gran énfasis en la importancia del calor durante el acto sexual. Y esta es una de las razones de la presencia del fuego y el agua en el imaginario griego. Así lo documenta el escritor Jonathan Margolis en su “Historia íntima del orgasmo”.

Los griegos sostenían que el útero era un área seca y dolorosa que sólo se saciaba con el esperma masculino. Y también pensaban que la fertilidad necesitaba de un calor extra en la zona vaginal.

En el Cuerpo Hipocrático, un escritor alegaba que “durante el intercambio, la vagina experimenta una fricción y el útero, una perturbación. Ambas producen placer en el resto del cuerpo. Una mujer también libera una sustancia de su cuerpo, algunas veces en el útero que, en consecuencia, se humedece. Si el útero se abre lo suficiente, ésta sustancia puede ser emitida al exterior”.

La creencia hipocrática explica en términos de combustión y calor por qué el placer sexual femenino cesa cuando el hombre llega a la eyaculación: “Sucede que si volcamos una cantidad de agua fría en agua hirviendo, ésta deja de hervir instantáneamente. De la misma forma, cuando el esperma masculino llega al útero, extingue el calor en la mujer. Ambos alcanzan un pico a la vez. Por ejemplo, si volcamos vino en una llama, ésta se enciende aún más y aumenta por unos segundos. Del mismo modo, el calor femenino se incrementa en respuesta al semen, y luego se apaga por completo”.

Contrario a muchas posturas, aseguraban que “el placer que experimentan las mujeres es menor al de los hombres, aunque se prolonga por más tiempo. Esto se debe a que la secreción del fluido corporal masculino sucede rápido y violentamente”.

Otra teoría hipocrática sostiene que si una mujer está demasiado excitada antes del intercambio, “eyaculará prematuramente, lo que provocará que el útero se cierre y la mujer no pueda concebir”. Y que “como la llama que se enciende aún más cuando volcamos vino sobre ella, el calor femenino resplandece cuando el semen ingresa en el útero. La mujer tiembla. El útero queda sellado y los elementos de la concepción están seguros en su interior”. Y no faltan quienes sostienen que, una vez finalizado el proceso, también “se evita que la mujer recurra a una amante para saciar su placer sexual”.

Para Galeno, el calor durante el acto sexual resulta indispensable para la concepción y el orgasmo simultáneo genera el calor suficiente para “combinar las semillas, la sustancia animada, y crear una nueva vida”.

Textos posteriores postularon que esta feliz coincidencia es la mejor manera de solucionar las secuelas desafortunadas de la fertilización de una mujer que se encuentra muy fría o muy caliente.